El sábado 15 de abril nos juntamos 24 peñalaros para hacer una travesía en la Sierra del Rincón, en la llamada “sierra pobre” de Madrid, una zona del Sistema Central poco transitada, quizá por su menor altura en relación con las cotas del macizo central, pero no por ello de menor interés montañero. Salvo los roquedos de las zonas altas, es un paisaje alterado por la mano del hombre por su aprovechamiento ganadero y forestal, con pistas que conducen a las zonas de pasto y a las repoblaciones de pinos silvestres, pero donde pueden encontrarse árboles autóctonos de gran porte y valor ecológico, principalmente robles melojos.
Los organizadores han tenido la buena idea de contratar un autobús colectivo que, partiendo de la Ciudad Universitaria y parada en La Cabrera, nos ha dejado en el Puerto de La Puebla (1636 metros de altitud) y nos ha recogido por la tarde en el Puerto de la Hiruela (1478 metros), para devolvernos a los puntos de salida. Ello, aparte del sentido de grupo que procura, nos ha permitido realizar un recorrido no circular, y evitado el uso del transporte particular, siempre más caro y de mayor impacto energético y ambiental. Hemos tenido la suerte de contar con un conductor joven, muy profesional, que nos ha llevado con seguridad y suavidad por las estrechas y sinuosas carreteras de esta sierra.
Las previsiones del tiempo para este día de abril no son malas: mayormente soleado, con temperaturas no excesivamente frías, sin precipitaciones y con viento moderado. Pero lo que nos encontramos al bajar en el Puerto de la Puebla nos sorprende porque hace frío y bastante viento. Más que una marcha primaveral, parece una invernal, y nos obliga a utilizar toda la ropa que llevábamos “por si acaso”, e incluso se queda corta, por lo que la única forma de hacerle frente es coger un buen ritmo para calentar nuestros ateridos cuerpos y congeladas manos, sin que nadie se queje de ello. Al principio, se ven raudas nubes que velan las cotas más altas, pero, con el transcurso de las horas, se desvanecen dejando el cielo azul, sin que Eolo nos abandone en todo el día, salvo en las zonas más bajas cerca de Puebla de la Sierra, o en las zonas de pinos que atravesamos. La temperatura mejora durante el día por la acción del sol.
El principio de la travesía asciende suavemente por un sendero bien marcado hasta alcanzar la Peña de la Cabra (1.831 metros). Desde allí se ve una amplia panorámica que empieza, al sur, con el cercano pico de Centenera, al este, con el Ocejón, al norte con los elevados Cerrón, Pico del Lobo y Peña Cebollera, con el tajo de Somosierra y, avanzando hacia el oeste, los montes Carpetanos que desembocan en nuestro Peñalara —con poca nieve— cerrando el punto cardinal el puerto de Cotos y, ya de vuelta, el cordal de Cabezas de Hierro hasta Najarra, para finalizar, tras algún puerto más, en la Sierra de la Cabrera. Se ven también algunos embalses del río Lozoya, el Cerro de San Pedro, y hay que afinar mucho para vislumbrar Madrid.
Desde la cumbre, continuamos hacia el sureste en hilera, por un cordal descendente que progresivamente desdibuja el sendero, que se pierde en su punto extremo, justo cuando baja pronunciadamente hacía un bosque de repoblación que hay que atravesar de cualquier manera, para llegar, abajo, a una pista que va girando suavemente hacía el norte en dirección a Puebla de la Sierra.
Justo en la zona más abrupta, donde se pierde el sendero, se produce la nota del día: quien suscribe, que hace las veces en ese momento de cierre del grupo, realizo una parada técnica y cuando continuo para alcanzar al grupo no lo encuentro. Literalmente pierdo al grupo. Cómo es posible que desaparezca un grupo tan numeroso; no me lo puedo creer, como si se lo hubiera tragado la tierra. Pues sí, por mucho que miro por un lado y por otro, no lo encuentro. Así que no queda otro remedio que bajar y atravesar el caótico pinar de repoblación hasta alcanzar la pista que abajo está y por donde, necesariamente, ha de pasar el grupo. Dicho y hecho, bajo raudo y llego a la pista. Pero nada, el grupo sin aparecer. Incomprensible. Cuando ya no sé qué hacer, aparecen las primeras figuras asomando de entre los pinos y comprendo, aliviado, que es mi grupo, que se detiene para esperar a los rezagados. Cuando me acerco, observo las primeras miradas y comprendo que el asunto me va a pasar factura. También comprendo la lógica ansiedad que ha causado mi pérdida. Nada, nada…, tras las explicaciones, la marcha continua, con las consiguientes gracietas que asumo de buen grado.
En el camino carretero que baja hasta Puebla de la Sierra nos vamos encontrando añosos robles todavía deshojados y, entre ellos, algunos cerezos silvestres ya con su hoja, también algunas zonas roturadas a modo de cortafuegos. Al fin, atravesemos el fondo del valle en el punto mas bajo del recorrido y, por un camino entre prados cercados con muros de piedra, ascendemos hasta el pueblo encontrándonos sorpresivamente con múltiples y variadas esculturas de artistas que han querido dejar allí su obra. Curioso en un sitio tan apartado; digno de ver.
Tras enlazar y continuar breve tiempo por la carretera que baja del puerto a Puebla de la Sierra (1168 metros), nos desviamos al camino GR 88 que, sin respiro, sube pronunciadamente hacia la cuerda que tenemos que alcanzar, lo que nos obliga a hacer breves paradas para recuperar el aliento y reagruparnos. Antes de llegar, paramos a comer y descansar en un pinar de silvestre. Continuamos después, ya sin pausa, hasta el Alto del Porrejón (1820 metros), en el que nos paramos para hacernos una foto y contemplar una estupenda vista con la declinante luz de la tarde.
A partir de esa cota, la travesía desciende rápidamente entre esquistos geológicos de gran interés. De un suave collado al que llegamos, parte por un sendero que faldea un cerro, del que no nos resistimos a subir —como no siendo peñalaros— para luego bajar sin parar hasta el cercano Puerto de la Hiruela, donde nos toca esperar porque el autobús todavía no ha llegado: nos hemos adelantado al horario previsto. No mucho después aparece el autobús, del que baja nuestro conductor, al que por la mañana hemos dejado arregladito y bien peinado, pero que ahora vemos con los pelos de punta: es lo que tiene darse una vuelta con el viento que ha hecho.
Con esto y un bizcocho, volvemos contentos y sin novedad a la Ciudad Universitaria, no sin antes hacer una parada en La Cabrera para dejar a los que allí cogieron el autobús.
Texto: Juan Manuel García Blázquez.
Fotos: Carmen Zapata, José Manuel Resino y Arantxa Barragán.
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