Como viene siendo habitual en fechas otoñales, nos adentramos a explorar el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido en una salida que cuenta este año con cuatro días de actividad. Su exigencia pone a prueba nuestro estado físico y confirma nuestras ganas de hacer montaña y de hacerlo en un grupo humano movido por el mismo anhelo de disfrute del paisaje, el esfuerzo y la grata compañía, que da pie a múltiples conversaciones de los temas más variados durante las caminatas y luego tomando una cerveza, o en los desayunos y las cenas. Todo ello viene precedido de la ilusión y excitación del viaje desde Madrid y otros lugares, y del encuentro la noche previa con la alegría de vernos, expectantes por los pormenores del tiempo, el recorrido del día siguiente y hora de quedada.
Hemos llegado el miércoles 11 ya tarde a Broto y, tras subir con los coches por unas estrechas y sinuosas calles, nos alojamos en un pequeño albergue junto a la iglesia llamado Casa Broto, regentado por Roberto, un joven fragatino que nos atiende como en familia, nos ofrece unos estupendos desayunos, e incluso participa en una animada y expansiva conversación tras el primer día de actividad.
El jueves 12 amanece completamente despejado augurando un día casi veraniego a pesar del fresquito de la mañana. Después de desayunar, nos desplazamos hasta Torla, dejando los coches en su amplio aparcamiento, ya casi al completo a pesar de la temprana hora. Una parte pequeña del grupo hace el trayecto hasta la Pradera de Ordesa en el autobús que regularmente sube cada treinta minutos y, para no estar parados, comienza la ascensión programada. La mayoría partimos de Torla hasta la Pradera por el bonito camino de Turieto Bajo, paralelo al río dentro de un bosque mixto, rodeando el espolón sur final del cañón de Ordesa, con un desnivel de unos 450 metros, que nos lleva en unas dos horas.
Nuestro objetivo es la Punta Acuta, de 2242 metros, con un desnivel en corta distancia de más de 900 metros que se salva subiendo casi hasta el final por la Senda de los Cazadores y desviándonos antes de llegar al Mirador de Calcilarruego por una senda hacia el oeste que asciende hasta el cordal. Los que no la conocemos, comprobamos que la Senda de los Cazadores no desmerece a su fama: zigzagueante, bien trazada, exigente y peligrosa según en qué momentos por el terreno suelto y lo vertiginoso de la ladera de umbría cubierta generosamente por pinos de gran porte de la especie uncinata (pino negro), con sus características piñas con escamas en forma de gancho. La parte final de la subida es una suave pradería hasta alcanzar la cima donde nos espera el grupo del autobús. Allí descansamos y comemos con unas vistas de privilegio. El descenso lo hacemos en un primer tramo junto la cresta, asomándonos a los sucesivos miradores sobre el cañón de Ordesa, que nos retribuyen del esfuerzo realizado. Finalmente, nos desviamos hacia el sur por un camino que baja hasta Torla con un desnivel negativo de 1200 metros. Llegados al Puente de la Glera, unos continúan en busca de la acariciada cerveza y ducha, y otros nos mojamos en el río como podemos liberándonos del ácido láctico acumulado.
El viernes 13 se levanta despejado al igual que el día anterior, pero a lo largo de la mañana aparecen en el cielo algunas nubes altas aborregadas que anticipan un cambio de tiempo y que nublan parcialmente el terreno suavizando el calor. Este día dejamos Broto y subimos con los coches hasta el Hotel Ordesa, pasado Torla. A diferencia del día anterior, tenemos que cargar en las mochilas con toda la impedimenta que necesitamos hasta la vuelta dos días después.
El objetivo es ascender hasta el Collado de Plana Cuesta, bajar por la senda del Cebollar hasta enlazar con el GR11 y subir por él en paralelo y junto al río Ara hasta llegar a San Nicolás de Bujaruelo. La senda comienza empinada cerca del hotel, adentrándose en un bosque de ladera que sube a una zona de pastos llamada la Ártica Fiasta donde nos encontramos con unos hermosos y nobles caballos de carga que nos permiten acercarnos y tocarlos. Continuamos subiendo ya fuera del bosque por una ladera salpicada de pinos negros, en la que nos encontramos, al alcanzar el collado (1907 metros), con vacas que nos ponen en nuestro sitio, celosas de sus terneros. En este punto, el grupo se divide: unos deciden subir al Tozal de Comas (2342 metros), y otros prefieren tomárselo con calma y descender hacia Bujaruelo. El animoso grupo sube ágil sin las mochilas por un cordal herboso en lo que parece una carrera no prevista por llegar el primero: se nota el espíritu juvenil y competitivo, del que algunos, los últimos, hacemos chanza. De vuelta ya en el collado nos avituallamos y, después, bajamos por una senda bien marcada, la Senda del Cebollar, que desciende siguiendo casi las curvas de nivel hasta llegar a la ladera opuesta del barranco de Comas. A partir de ahí, la senda baja decididamente hasta toparse con unos farallones que nos impiden descender al río y que nos obligan a ir en sentido contrario a nuestro rumbo en una senda volcada al precipicio en buen estado. Tras enlazar con el GR11, giramos 180 grados y subimos río arriba en un tramo que llega a hacerse largo por el cansancio acumulado, pero que está lleno de gran belleza por los enormes árboles de fondo de valle y las espectaculares piscinas naturales que nos encienden los deseos. Para colofón de la solitaria jornada nos encontramos al llegar a Bujaruelo (1338 metros) con la humanidad en persona: una planicie llena de coches y la terraza del albergue y alrededores del río repletos de visitantes. Tras la relajante ducha y merecida cerveza que compartimos con otros visitantes, cenamos en el amplio comedor del albergue con fuerzas suficientes todavía para debatir sobre aquello que nos preocupa.
El sábado 14 es un día que nos preocupa por la exigencia del recorrido hasta el Refugio de Góriz y lo incierto del tiempo. El día amanece encapotado, pero sin lluvia. Salimos del albergue de atravesado el río Ara por el puente de piedra y nos dirigimos al Puerto de Bujaruelo subiendo, en primer término, por un camino empinado que transcurre dentro de un bosque mixto que salva el barraco de Sandaruelo, y luego continúa más tendido por un despejado valle que conduce al puerto (2273m), donde nos desviamos rumbo suroeste por una senda de ladera que asciende por un terreno más abrupto hasta el paso de la Forqueta de Gabieto. Poco después, salvando un pequeño valle, nos introducimos en la Faja Escuzana: ese tajo abierto que asciende por los farallones que miran hacia Bujaruelo y que nos obligan a ir en fila india por lo estrecho de la hendidura, no sin antes hacer algunas paradas para admirar las vistas. Cuando salimos de la faja, pronto llegamos por un pedregal al collado (2766 m.) que conduce, para los que quieren, a la Punta de Mondarruego, o Escuzana (2845 m.). Durante todo este trayecto, el tiempo ha estado amenazando lluvia, que se ha quedado en ligera llovizna, con las cotas más altas cubiertas a ratos con niebla.
La bajada del collado nos regala una apertura parcial de las nubes que nos permiten ver las Tres Sorores. Tras la parada de avituallamiento, nos adentramos en la Plana Catuarta: una amplia planicie, temporalmente inundada, que nos encontramos seca por la falta de lluvias. Desde aquí, y hasta Goriz, atravesamos dos collados entre los que se intercalan otras dos planicies similares que nos recuerdan un paisaje lunar de gran belleza y soledad. Finalmente, el refugio nos acoge cuando comienza a llover, con escaso tiempo para asearnos antes de la cena a las 19 horas, durante la cual comentamos las deficiencias que sigue teniendo a pesar de su reciente reforma.
El domingo 15 se levanta nublado a mejor, sin amenaza de lluvia. El objetivo es bajar por el Valle de Ordesa hasta La Pradera para coger el autobús que nos lleve al hotel donde dejamos los coches.
Comenzamos a andar todo el grupo de forma relajada. Lo que tenemos por delante es conocido y descendente, sin mayores dificultades. Pero ¡hete aquí!, a los veinte minutos de la salida nos percatamos para nuestra sorpresa de que la senda que llevamos no desciende al Circo de Soaso, sino que enfila hacia Cuello Gordo en la Sierra Custodia. ¡No puede ser! ¿Como un grupo con tanta gente experta y con gps hemos perdido el camino? ¡Pues sí! entre charla y charla, y unos por otros, el camino que llevábamos no era el nuestro, lo que obliga a retroceder hasta el refugio, que carece de carteles indicativos a pesar de que de él parten hasta seis recorridos. Para rematar la faena, un pequeño grupo no sigue en su retroceso al principal, sino que ataja a cholón hasta enlazar con el camino que conduce a Soaso. De todo ello sacamos la oportuna enseñanza: no conviene confiarse nunca en montaña y hay que ir siempre atentos y juntos.
Una vez en la senda correcta, llegamos hasta los farallones sobre el Circo de Soaso que permite descenderse por la senda de las Mulas o por Las Clavijas, dividiéndose el grupo —siempre a la vista— hasta confluir abajo junto a la Cola de Caballo. Aquí hacemos un alto para explicar la posibilidad de descender hasta la Pradera por el GR11 que atraviesa el Bosque de las Hayas, con sus múltiples cascadas en el río Arazas, o por la Faja de Pelai para al final enlazar con la Senda de los Cazadores. Los pocos que elegimos esta última opción tenemos el privilegio de observar desde lo alto al grupo principal en su bajada por el amplio camino que desciende valle abajo. Para los que no conocemos la Faja de Pelai, el disfrute de las vistas del cañón de Ordesa desde ese memorable balcón es muy grande, más si cabe con los colores del otoño que pintan el paisaje, entre mostajos, servales, abedules, abetos, pinos, fresnos, rododendros y bojes ¿Se puede pedir más? No.
Cuando descendemos a la Pradera el grupo principal hacía dos horas que había llegado y, muy oportunamente, habían partido hacia Madrid donde espera nuestra vida de siempre; aquella de la que nos escapamos de vez en cuando para respirar estos momentos que nos ayudan a dar sentido a la vida.
Juan Manuel García Blázquez.
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