Recibe este humilde cronista, por parte de los organizadores de la salida, el encargo por tercera vez de narrar y describir lo acontecido en la salida del sábado 14 de diciembre a El Berrueco y sus alrededores. Es cierto que escribir nos produce cierta pereza en un mundo donde la inmediatez y la simplicidad de la comunicación se reduce, en muchos casos, al uso del emoticono y poco más. Pero a este narrador, en su ingenuidad, todavía le seduce sentirse un cronista de aquellos que acompañaban a conquistadores, exploradores de otras épocas o uno de aquellos viajeros románticos que viajaban a países lejanos y exóticos y en sus crónicas narraban y describían cuanto iban descubriendo. Porque, me vais a permitir, que para quien escribe estas líneas montar en bici tiene algo de viaje, de aventura, de descubrimiento… porque la bici, al fin y al cabo, nos lleva a los sitios.
No me extenderé más por estos derroteros para no aburrir a los posibles lectores de está crónica que poco o nada les puede interesar esa relación afectivo-sentimental que el que suscribe tiene con la bicicleta. Pues bien, un poco antes de las diez horas del sábado 14 de diciembre de 2024 un grupo de peñalaros del grupo de montaña de RSEA PEÑALARA aparcaron sus coches a la entrada del pueblo de El Berrueco. La primera imagen que nos encontramos pese a su belleza visual y bucólica no deja de producirnos cierto escalofrío: un prado totalmente helado con una blanca capa de escarcha cubriéndolo e impasibles las vacas que han pasado allí la noche preguntándose con esa mirada que sólo tienen las vacas: ¿qué se les ha perdido por aquí a esta gente con la que está cayendo?
Ya no hay tiempo de echar marcha atrás, así que adelante: aparcamos, nos presentamos, descargamos, quien necesitó un reconstituyente pasó por el bar que había cerca… y en marcha. Ah, un consideración menor pero no menos importante: quien puso nombre al pueblo, El Berrueco, supo por que de daba ese nombre. Más adelante lo explicaré.
Salimos del pueblo y después de una corta pero empinada bajada llegamos al embalse de El Atazar que fuimos bordeando por una de sus orillas. El embalse, el de mayor capacidad de la C. de Madrid, tenía un nivel bastante bajo lo cual no le restaba belleza a las vistas que se nos abrían ante nosotros: la plateada lámina de agua del embalse y al fondo las cumbres nevadas de las Sierras de Ayllón, Somosierra y Navacerrada. Y, por si algo faltaba, todo este paisaje iluminado por un sol de invierno que de forma perezosa se iba despojando de las nieblas matinales que le atenazaban.
El paseo anteriormente descrito duró unos cinco o seis kilómetros. Había que darle un poco de emoción al recorrido así que poco a poco fuimos abandonando la ribera de aquel lago artificial y nos internamos, después de unas ligeras rampas, en otro paraje más abrupto pero no por eso menos
interesante. El camino se convirtió en senda y aparecieron entre las encinas y los arbustos de retamas y jaras los berrocales. Berrocal, berrueco…de ahí viene el nombre, que no se refiere a otra cosa que a esos bloques graníticos redondeados que nos acompañaron durante todo el recorrido y que en ocasiones formaban parte del suelo por el que iban rodando nuestras bicicletas. Este terreno sinuoso y a veces accidentado hizo que tuviéramos que poner pie en tierra pero nada que a los aguerridos y aguerridas peñalaros les impidiera avanzar.
El resto del recorrido, en líneas generales, transcurrió por este tipo de terreno con las agujas de la Peña del Águila observándonos. Un terreno duro que posiblemente sea en esta época del año cuando invita más a ser recorrido ya que en cuanto el calor apriete un poco se convertirá en un erial poco propicio para ser ciclable y como dice el dicho “hasta el calor sale de las piedras”
Finalmente llegamos al punto de salida, al pueblo de El Berrueco. Y para acabar esta jornada espléndida de ciclismo una sorpresa: El Belen de Ganchillo de El Berreuco. Todo un alarde de imaginación y buen hacer de los vecinos con multitud de personajes típicos del Belén y de otros que representan los antiguos oficios de los lugareños ¡hechos de ganchillo! He de decir que hasta este cronista, poco entusiasta de belenes y similares, quedó impresionado y hasta emocionado de tan buen y laborioso hacer.
Y donde sí, de verdad, acabó la jornada ciclista fue, cómo no, en el bar de pueblo. El sol que penetraba por las cristaleras caldeaba el lugar de por sí ya cálido por el ambiente creado por los parroquianos con sus voces y con sus risas. Sin desmerecer las cañitas de rigor y esas gambas que aparecieron al final que supieron a gloria y que algún peñalaro estuvo a punto hasta de hincarle el diente a la resignada cabeza de la gamba. Entre ese ambiente cálido y relajante alguien comentó, eso sí, que habíamos hecho unos 28 kilómetros empleando unos 4 horas entre tiempo de pedaleo y paradas, con un desnivel acumulado de unos 300 m, e instando a Fojo y Nacho a que todos y todas queríamos más rutas, y que sin demora se pusieran a planificar la próxima salida porque allí estaríamos todos al pie del cañón y a lomos de nuestras bicicletas dispuestos a recorrer esos mundos de Dios.
JOSÉ IBÁÑEZ CEBRIÁN (un aragonés de Teruel, ahí queda eso como guinda final)
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