GRUPO EXCURSIONISTA DE PEÑALARA EN LA MONTAÑA LEONESA (LEÓN).
6 y 7 de julio de 2024
Preliminares
Habiéndosele encargado la elaboración del relato del presente viaje, siendo nuevo en estas lides y tendente a la dispersión, siéntese el cronista perdido en su encargo, cual excursionista extraviado en un bosque en mitad de noche de niebla y sin el auxilio de mapa, brújula o GPS.
No tiene claro qué puede aportar demás respecto a lo ya expresado en forma de palabras, abrazos y risas, los cuales bien reflejan que los excursionistas disfrutaron de unos días estupendos en todos los aspectos: belleza de los parajes, organización y grupo humano.
Pero bueno, decidió afrontar el reto y allá que vamos, ya encontraremos el camino si lo hubiera. Y si no, lo haremos al andar como dijo el poeta. Si bien, lo que no se puede garantizar en estos momentos es donde irán a parar estas líneas ni qué azarosos caminos transitarán.
– ¡Aviados estamos! Habrá quien piense, no sin razón. Pero el lector impaciente, puede salirse de la vía normal y acometer la directa, saltando estas páginas y haciendo cumbre en el último párrafo, el cual creemos que resumen la esencia de la experiencia vivida; y al mismo tiempo, le librará de toda la chapa que el cronista está dispuesto a soltar.
Por último y no por reiterado es menos obligado agradecer a Camino y a Eliana su buen hacer tanto en cabeza como en cola del grupo, conduciéndonos de forma amable y eficaz y consiguiendo que llegáramos en tiempo y forma a cada uno de los objetivos propuestos y sin más desgastes ni contratiempos que los habituales en este tipo de actividades.
Y ¿Cómo no? Agradecerle también el trabajo a Miguel Ángel, aunque esto suene a peloteo, algo así como para intentar influir para ser aceptado en la próxima excursión.
Día 0: Aproximación al campo base.
El viernes 5 de julio nos reunimos un número de más de veinte miembros del grupo excursionista del Club, en el albergue de la Fuente del Oso, situado en el pueblo que lleva el curioso nombre de “Aviados”. Allí nos despachamos las primeras cervezas, mientras nuestros futbolistas hacían lo propio con los alemanes. Ya con la satisfacción del deber cumplido y con la alegría de los numerosos reencuentros, pasamos a cenar ensalada de pasta y pollo asado y… bueno, al final vino el vino. Así que bien. Todos contentos y a la habitación, evitemos tentaciones de prolongar la velada, que el verdadero partido se jugaba al día siguiente y si nos descansábamos bien, íbamos a acabar… ¡partidos y aviados!
Día 1: Ruta circular desde Vegacerveda, con subida a peña Moneca: 20 km. aproximadamente y unos 900 m. de desnivel.
Al despertar ayuda el revuelo del vencejo, el avión y la golondrina, así como los animados cantos de jilgueros, gorriones y verdecillos que apostados en los cables de la luz, nos avisan de que el desayuno está listo. Bueno, puede que a algunos se les adelantara al despertar de las aves, el ronquido de algún desaprensivo compañero de habitación. Menos romántico este amanecer, pero en el fondo, quizás menos duro que el del despertador que suena en las madrugadas de labor.
El caso es que con una puntualidad casi alemana (pobres alemanes, no hagamos más leña del árbol caído), a las 07:30 todos desayunando, no nos fuéramos a quedar sin los manjares mañaneros: leche recién ordeñada y zumo recién exprimido. Para mejorarlo, una mano amiga nos aporta productos de proximidad: unas cerezas bien ricas.
Con fluidez se realizó el tránsito en coche hasta el cercano pueblo de Vegacervera, localidad que cae ya dentro de los límites de la Reserva de la Biosfera de los Argüellos, una de las siete reconocidas por la Unesco en el territorio de León y que le convierten en la provincia que más espacios tiene de este tipo en el mundo entero. Así, sin dar tres cuartos al pregonero. ¡Cómo son estos del León! Gentes adustas y trabajadoras que no echan las campanas al vuelo ni siquiera para celebrar tamaños logros.
Somos 27 “Excursionistas” que velozmente nos internamos en la reserva con el propósito de alcanzar en primer lugar, la localidad de Valporquero, para lo cual tomamos un camino que deja a la derecha el río Torío, cuyo caudal llegará igualmente al pueblo, pero más a las bravas, abriéndose paso entre moles calcáreas que forman la garganta de Vegacervera, estrechamiento por el que discurre también la carretera LE-315.
Nuestra ruta avanza por una pista zigzagueante que asciende por un tupido robledal que nos libra del sol de la mañana. Como también le libra al pinzón, al verdecillo, al mosquitero y al carbonero, que nos regalan con sus cantos, si bien éstos pasan inadvertidos para un grupo que camina en animada conversación.
Allí donde el bosque termina nos recibe un paraje de pastos de montaña que los paisanos conocen como Brañas del Rasón, paraje que bordea el macizo kárstico, donde se asienta la Peña Moneca, que con sus 1.576 metros, aparece como el primer objetivo a conquistar. Para ello, hay que abandonar las comodidades del sendero y adentrarnos en un terreno más abrupto.
Nuestra intrépida expedición avanza en fila india, bajo la curiosa mirada de las chovas piquigualdas y la más alejada pero no menos atenta vigilancia de un par de buitres leonados, aves siempre alerta cuando el montañero se encarama por terrenos expuestos, en espera que un mal paso facilite que la ley de la gravedad, siempre al acecho, les sirva en bandeja una merienda finamente deshuesada.
Más no hallarán oportunidad entre los presentes montañeros, ya que éstos avanzan con prudencia, uno tras otro cual serpiente multicolor, zigzagueando prudentemente detrás de la cabeza sabia que constituye nuestra guía, quien encuentra entre la maleza y las rocas, senderos desdibujados pero seguros de transitar.
Cuando la cabeza se para lo hace toda la serpiente; y así vista en perspectiva entre las partes más agrestes de los roquedales, evoca esas bellas imágenes de atasco en el paso Hillary. Y
hasta allí puede que vuelen nuestros sueños montañeros, deseosos de formar parte de ése magnífico embotellamiento al filo de lo impasible, a un pie de la gloria.
Aunque bien pensado, en estos montes se respira mejor (a pesar de las gramíneas de las narices). Y además, en las tabernas del valle lo sirven blanco y tinto, que siempre lo apreciará más el paladar que a la leche de yak, por mucho que esos caldos se empeñen en asemejarse a los que acompañan nuestras cenas en el albergue.
Así, alcanzamos la Peña Moneca tras unas dos horas de esfuerzo, que bueno, no será el Everest, pero dispone de buenas vistas. Y una cima es una cima. Y además no es una, que son dos, así que a la primera, no se desaprovecha oportunidad para desplegar bandera y arrejuntarse para salir todos gloriosos en la foto.
Descendemos de la cumbre en dirección noroeste, apareciendo ante nuestra vista formación rocosa erguida en verticalidad y manera que es maravilla y de cuyo origen y causa no hay acuerdo: hay quien lo atribuye a la acción de azarosos procesos naturales sobre la caliza y quiénes a la acción humana, quizás como monumento a la fertilidad, erigido por lejanos ancestros que quizás habitaron la cueva de Valporquero, a cuya entrada nos dirigimos, tras atravesar el comienzo del hermoso hayedo que se extiende por el noroeste del macizo.
En las inmediaciones de la entrada a la cueva nuestros ojos reciben nueva sorpresa, quedando atónitos ante un hito elevado del surrealismo ibérico: un metálico y resplandeciente monumento a la moto de cuatro ruedas, figura intrigante que parece sacada de la escena final del “Planeta de los simios”: ¿Quiere esto sugerir que aquellos antepasados estaban tecnológicamente más avanzados de lo que suponíamos? Más bien parece sugerir que probablemente nuestra civilización no sea tan avanzada como pretendemos. Al menos culturalmente hablando. Aunque para gustos, los colores.
Tras un picoteo “interruptus”, al menos para los impacientes glotones que ya pretendíamos tirar de bocata, proseguimos en una moderada ascensión camino al pueblo de Valporquero de Torío, disfrutando de las buenas vistas hacia los valles del norte que se nos ofrecen desde un promontorio conocido como la Atalaya. El camino continúa en dirección oeste, para trazar un giro hacia el sur, superar un pequeño collado y descender de forma tendida por una campa cubierta de unos pastos de montaña que pugnan por no ceder al estío, extrayendo el último verdor. Y en un florido canto de cisne, proyectan toda la policromía que les queda: el amarillo intenso de las retamas, el rojo de las amapolas, el granado del ajo de cigüeña, el rosado intenso de la orquídea piramidal y de las campanillas de la dedalera, el morado de la alverja silvestre, el blanco de las margaritas…
Un nutrido rebaño ovino aprecia no tanto los colores como los sabores de estos pastos, bajo la atenta vigilancia de no menos de media docena de imponentes mastines que avisan al caminante de que dejen tranquilo al ganado y no pretendan más tajada que la que hubieran dispuesto en la merendera.
Merendera a la que le llega por fin el ansiado momento de ver la luz: tajada de jamón por aquí, con su pan y tomate, paté, chorizo, aguacates, hortalizas, frutas, mira esos veganos que cosas tan raras llevan… Y para regar el almuerzo… ¿Dónde está el tío de la bota? ¿No ha venido a esta excursión? ¡Vaya!
Pues donde no hay vino, agua fresca, que dijo el poeta.
Y menos mal, porque finalizando el almuerzo, entra una sensación de amodorramiento… cantan escondidos en el suelo la codorniz y el escribano cerillo, mientras los expedicionarios devoran el bocadillo… Definitivamente es momento de echar una cabezadita…
– ¡Ah! ¿Qué no hay siesta?
Descendemos por el valle de Vegacervera sin siesta, pero con la promesa de otros placeres al final del recorrido. Canta la curruca, se asoma al camino la perdiz con sus crías, observándonos con la perplejidad propia de quien ve descender unos cuerpos privados de siesta.
Alcanzamos por el fin el pueblo de Coladilla y seguimos camino al punto de partida cobijados por el mismo robledal que nos dio sombra en la mañana y llegamos sin novedad ni contratiempo al punto de partida.
En Vegacervera hay opción a baño fluvial. Justo al lado del puente, una especie de represa en el río Torío con escalones y todo, nos facilita el acceso. Así que, ¡al agua! ¡Brrrrr!
– ¿Y estos chavales cómo aguantarán tanto tiempo en el río?
El refrigerio prosigue en Coladilla, esta vez lo es para la garganta, primero en forma de helado (el de orujo, sublime) y luego ya, en forma de cerveza acompañada de una tapita charcutera y de un espectáculo de reses sueltas por la calle, en un guiño a San Fermín. Espectáculo bovino que hace revivir recuerdos de amores gallegos tempranos a la compañera Bárbara, que según su ingenioso y desenfadado relato, imbuida de un espíritu garcilasiano, se presentó orgullosa con su vaca para lograr captar la admiración de su amado, si bien no obtuvo precisamente el impacto buscado. ¡Cómo son estos gallegos!
Aún hubiera dado más de sí esta bonita historia y nos hubiera llevado a más risas y quizás a profundas reflexiones, pero urgía visita a la carnicería de Vegacervera, famosa por sus embutidos y otros productos de la tierra:
– Un chorizo picante y otro no picante, mejor uno de chivo y dos de cecina, para desengrasar unas lentejas, las alubias y los garbanzos no tienen mala pinta…
La tendera despachaba eficaz y amablemente e intentaba, al mismo tiempo, atemperar los ánimos de una lugareña que contemplaba con estupor y frustración cómo tenía que esperar a que las hordas foráneas terminaran de llenar el cesto. Y con miedo a tener que volverse a casa de vacío.
– Este pueblo ya no es lo que era, tiene razón la Eulogia, el año que viene, a veranear al Magalú ése, mucho más tranquila una, donde va a parar.
Y ya en el albergue ensalada y cachopo, más vino, más relatos, más risas… ¡Hora de cerrar! Paseo previo antes de ir a dormir para comprobar que las estrellas estaban en su sitio y el suelo también. ¡Vale, como una rosa!
Día 2: Ruta circular desde Aviados con subida a peña Galicia (Canga): unos 12 km con un desnivel aproximado de 650 m.
La mañana amanece despejada, los cuerpos ya no tanto ni tan rosas, la actividad del día anterior pasa factura y los ánimos ya no están para muchas gestas, acaso sobró la última cerve… Pero ello no impide que nuevamente en el horario establecido comencemos nueva excursión, esta vez desde el mismo albergue; por una pista que se abre paso entre unas portillas y asciende hacia el norte, hasta alcanzar los primeros prados de montaña y comenzar un progresivo ascenso hasta la primera cima de la jornada.
Se escucha a la alondra y al escribano, hasta el momento en el que mocerío decide animar al grupo con un buen surtido de cantos regionales:
“Puente de Portugalete, aquí te lo digo a solas,
Que cuando pase mi amante, se paren todas las olas…”
¡Cómo son estos bilbaínos!
“Qué bonito es Candanchú con nieve, que pistas tan bonitas tiene”
“Qué bonito es Candanchú sin nieve, que prados tan bonitos tiene”.
¡Cómo son estos aragoneses!
Y así, llegamos a la cumbre de peña Galicia, que como su nombre indica, está en mitad de las montañas de León, como podría encontrarse en cualquier otra parte, porque estos gallegos tienen cordilleras y valles allí donde quieran o por lo menos, viviera o estuviera de paso alguno de sus célticos antepasados. Así, sus toponimias podemos encontrarlas en muy diversos puntos del continente. Como para no encontrarlas en territorios vecinos. ¡Cómo son estos gallegos!
Sin embargo, a más de algún leonés debió sonarles esta idea como un poco invasiva y decidieron poner a la cumbre el nombre de Canga. Así, a secas, ni de Onís, ni de Narcea ni de ningún otro sitio. Canga. ¡Cómo son estos leoneses!
En lo que sí habrá acuerdo es que es esta una peña de gran belleza, con un llamativo pliegue que los geólogos denominan sinclinal. (Según aparece en la página web de asturnatura, “el sinclinal de Peña Galicia es un pliegue de 12 kilómetros de longitud y dirección NE-SO. Se extiende entre la cabecera del arroyo de Robles, en la cuenca del río Torío, hasta el Alto de las Cuestas, ya en el valle del Porma, donde es cortado por la falla del Porma”).
Realizamos la ascensión a las dos cimas del pico, disfrutando de unas vistas magníficas de diferentes prominencias de la Cordillera Cantábrica como son, según la opinión de quienes mejor conocen aquellos parajes: Valdorria, Cueto Anciano y a mayor distancia las Ubiñas, las Peñas Pintas y todo el sector que va desde Fontañán hasta el puerto de Pajares.
Y en ese momento aparece la guinda ornitológica de la excursión: un alimoche que nos sobrevuela e incluso nos subvuela. Sí, esto del subvuelo no es término aceptado por la RAE; ni lo será probablemente hasta que algún académico decida salir de su despacho de confort y encaramarse a estos parajes, para comprobar que semejante rapaz puede volar por debajo del observador sin perder un ápice de su grandeza y majestuosidad.
Abajo en la pradera, un nuevo grupo de mastines ladran en la lejanía. Y al contrario del efecto unificador que realizan con los rebaños, en nuestro caso, logran que por primera vez el grupo se divida en dos: por una parte, los más valientes que no temen enfrentarse a los canes a pesar de las historias que circulan sobre mastines asesinos de perritos de compañía. Los más cobardes, preferimos el desafío de las crestas a habérnoslas con semejantes monstruos.
Nos reagrupamos en el pueblo de Correcillas, sin más contratiempo que una pequeña caída que lastima la pierna de un compañero. Destaca en el pueblo una fuente de agua fría y una vista del monte de la Polvareda, que aparece también, provisto de un pliegue que realza su majestuosidad. Un camino lleva por el valle abajo hasta el pueblo de Rodillazo, por un recorrido que se adivina muy interesante y desde donde los excursionistas suelen afrontar sus 2.000 metros de altura.
Lo dejaremos para la próxima ocasión, que de rodillazos ya vamos bien servidos. Ponemos rumbo en dirección sur, comenzando con una pequeña subida, para pronto descender por una pista algo deshecha y que nos proporciona nuevos penares para nuestros ya maltrechos cuerpos. Antes de llegar al final, atravesamos una zona donde perduran vestigios de una
antigua explotación minera. Uno de tantos yacimientos de carbón como se explotaron por aquella zona y que explica la presencia del tren de vía estrecha de La Robla, cuyo objeto era transportar el negro mineral hasta los altos hornos vizcaínos. Y que actualmente sigue funcionando casi milagrosamente, en parte por el tesón de sus gentes (¡cómo son estos leoneses!). Y en parte también, por la mirada oportuna que supo ver en el turismo algo más positiva que la paisana de la tienda de Vegacerveda.
Así, sin más contratiempos que los ya referidos, alcanzamos el “campo base sobre” las 14 h. Con los cuerpos exhaustos, pero rebosantes de alegría, fenómeno al que los excursionistas estamos habituados, pero que en ocasiones hacía dudar de nuestro equilibrio mental. Hasta que el avance de las neurociencias no han enseñado que si bien en algunos casos no puede descartarse la hipótesis de cierto desarreglo psíquico, buena parte de estas sensaciones podría explicarse por el hecho de que este tipo de actividades favorece la producción de las denominadas hormonas de la felicidad: endorfina, dopamina, serotonina…
Y para despedirnos, oxitocina que se libera a base de risas, besos y abrazos.
– ¿Quién se queda al aperitivo?
En fin, una vez se llega a la conclusión de un relato, se tiene la sensación de haber hecho cumbre. Y desde la cumbre, se ve más claro el terreno transitado para llegar hasta allí. Y con ésa claridad, el cronista repara entonces en que todo lo aquí contado, bien se hubiera podido resumir en cuatro palabras: ¿Para cuándo la próxima?
Texto de Alejandro Martín.
Fotos de los asistentes a la ruta.
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