GRUPO EXCURSIONISTA DE PEÑALARA EN LA SALIDA AL BIERZO (LEÓN).
20 Y 21 de abril de 2024.
El fin de semana del 19 al 21 de abril el Grupo Excursionista de Peñalara viajó al Bierzo.
Qué mejor lugar que el Bierzo para que este cronista se estrene como miembro ya formal de ja Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, aunque esta era mi tercera salida con el grupo pese a no ser socio todavía gracias a la inmensa generosidad de los compañeros del Grupo Excursionista.
Decir Bierzo es decir muchas cosas: una historia de leyenda, una comarca entre León y Galicia con una personalidad muy marcada, con aromas que nos muestran que todavía habitamos un mundo por descubrir y disfrutar. Si a todo esto sumamos un fin de semana primaveral esplendido, con las cimas que rodean las montañas bercianas llenas de manchas de nieve que estimulan, más aún si cabe, las ganas de los diecinueve excursionistas del RSEA Peñalara que el viernes nos juntamos en el Hostal Méndez de Villafranca del Bierzo a las órdenes de Miguel Ángel Ruiz. Decir que, ya antes por tierras leonesas, algunos compañeros y compañeras habían hecho una parada gastronómica para probar un contundente cocido maragato que les restó apetito en la cena y sueño en la noche.
El sábado amaneció luminoso y un poco fresquito. Tras el toque de diana y el posterior desayuno en el hostal, Miguel Ángel nos explicó el primer reto del día, reto espeleológico. Hasta antes llegar a este punto me he permitido no mencionar la singularidad de esta salida: si lo habitual ha sido siempre patear el suelo hoy íbamos a patear, o mejor reptar, el subsuelo en la Cueva de Cortinas en la aldea de Las Herrerías, o mejor llamada Cova de Cortiñas, pues fueron espeleólogos del GES de Montañeros Celtas quienes la tipografiaron entre 2004 y 2006.
Tras el corto viaje por un valle como diría el trovador berciano Amancio Prado “preñado de primavera” llegamos a la entrada de la cueva donde nos esperaban Toño y Gelo, nuestros guías y especialistas en fotografía subterránea. Dos personajes en el mejor sentido de la palabra: cachondos, generosos, serviciales y con un toque canalla que eclipsaría al mismísimo Sabina. La magia de la superficie no anuló para nada la otra magia, la del subsuelo.
Una experiencia inolvidable, un poco exigente y que a algunos nos puso a prueba dada nuestra poca experiencia en este terreno; así que los más intrépidos repitieron la experiencia por la tarde en otra cueva, la del Despeñadero al pie del castillo de Cornatel.
Mientras que los contemplativos optamos por subir a O Cebreiro visitar el poblado, la iglesia y ascender al mirador del Teso da Cruz donde contemplamos todo el Bierzo rodeado de esas montañas con esos colores tan oscuros que dan las pizarras que componen materiales geológicos de estas cimas.
Al caer la tarde regresamos a Villafranca del Bierzo y, mientras esperábamos al grupo de la segunda cueva, paseamos por las estrechas calles del pueblo disfrutando de sus casas blasonadas, de su castillo y de las iglesias y otros monumentos que jalonan tan pintoresco pueblo. Especial sorpresa como montañeros nos produjo contemplar los dos ríos que se juntan en el mismo casco urbano, el Burbia y el Valcarce, que en esta época del año bajan con un caudal abundante. Acabamos la jornada cenando en el hostal y compartiendo experiencias y anécdotas de la jornada en un ambiente distendido y regado siempre de grandes dosis de humor. Y tras un breve vuelta por el paseo del río y las calles del pueblo nos fuimos a dormir porque nuestro comandante en jefe, Miguel Ángel, nos anunció que el cornetín de diana esta vez sonaría a las 07:30 por que la marcha del día siguiente tenía un destino inigualable: Las Médulas.
El domingo amaneció como el sábado, fresquito y radiante, para un recorrido que no se merecía menos. Después de desayunar y recoger nuestros equipajes partimos hacia el pueblo de Las Médulas donde empezaría nuestro recorrido. Ya antes de llegar divisamos los perfiles rojizos y puntiagudos de este paraje tan característico labrado por toda la fuerza de la que los romanos fueron capaces de desarrollar con esa técnica de nombre sobrecogedor: “Ruina Montium”.
Nuestro recorrido comenzó con una sorpresa sonora: todo un coro de ranas croando en una charca al paso de los peñaleros y recitándonos todas las maravillas que nos iba a brindar el recorrido. Y así fue, las sendas que nos conducían a los miradores de Las Médulas estaban jalonadas de bosques de castaños y en las zonas más abiertas las jaras, brezos y retamas desplegaban su manto floral a nuestro paso.
Y por fin el Mirador de Las Médulas: no seré yo quien torpemente describa lo que escapa, por su belleza, a cualquier descripción escrita. Por mucha didáctica que desplieguen los paneles informativos, por mucho que nuestra imaginación pueda recrear lo que allí pudiera acontecer hace más de 2000 años creo, sinceramente, que no igualaríamos lo que el ingenio, la técnica y la destreza romana fueron capaces de desarrollar en aquel rincón de Hispania. Mencionar también las cuevas y oquedades que encontramos en el recorrido y que nos brindaron alguna que otra sorpresa. El recorrido fue cómodo y sin dificultades reseñables. En total fueron unos 13 km con un desnivel positivo de 450 m. La belleza de los paisajes que íbamos contemplando, aliviaban en todo momento cualquier atisbo de cansancio.
Al mediodía llegó el momento de la despedida y como reza el refrán “cada mochuelo a su olivo,” pero algo había cambiado radicalmente con respecto a la tarde del viernes: aquellos saludos más o menos protocolarios de presentación, sobre todo en mi caso como novato del grupo, se convirtieron en abrazos de despedida llenos de amistad, risas y complicidad a la espera de un nuevo en encuentro en una nueva ruta: la montaña había desplegado una vez más su magia.
Texto de José Ibáñez..
Fotos de los asistentes a la ruta.
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