El pasado sábado, 22 de junio, se celebró el tradicional Aurrulaque, que este año cumple 40 años de existencia. En esta edición nuestro presidente abrió el acto con el bordón de guardabosques que Antonio Sáenz de Miera (creador de esta reunión cultural y montañera) entregó a nuestra Sociedad, confiándonos la continuidad de esta importante iniciativa.
Posteriormente, Emilio Lapeña, vocal de Medio Ambiente, presentó al lector del manifiesto de este año: Fernando Valladares, científico, humanista y montañero. Fernando leyó unas entrañables líneas, que tituló La montaña herida, en las que disertó sobre los peligros que corre nuestro planeta y cual debe ser nuestra actitud para evitarlo.
Al final, se desarrolló un interesante debate sobre el tema expuesto. Por supuesto, el acto estuvo ambientado, como en los últimos años, por la dulzaina de Antonio Lucio y la guitarra de Luiz Gibson.
Arrulaque 2024
La montaña herida
Fernando Valladares. CSIC y URJC
Hace casi 20 años, en el 2006, un padre y un hijo, ambos dos llamados igual, Miguel Delibes, dialogan sobre una “Tierra herida”. Se preguntaban cosas como ¿Estamos a tiempo de cambiar el curso de los acontecimientos? ¿podremos frenar la degradación del planeta? ¿hay soluciones reales y aplicables para reconducir el no muy halagüeño futuro de la Tierra?
Las montañas nos cautivan, aunque cada vez más personas les dan la espalda. Como le damos colectivamente la espalda al medio natural en su conjunto, pensando que no lo necesitamos o que incluso es un atraso restaurarlo y conservarlo pudiendo hacer parques temáticos o polígonos industriales.
¿Para qué sirven las montañas? La pregunta es típica de nuestro tiempo, porque las cosas deben servir para algo. Bueno, los que gustamos de las montañas podemos estar tranquilos, porque a quien no comparta nuestra pasión siempre les podremos decir aquello de que son fuente de recursos vitales, como agua, energía y diversidad biológica. Sin embargo, a tan simple pregunta podemos insistir en que las montañas son hermosas. Y podemos recordar a este respecto las palabras del escritor francés de finales del siglo XIX Théophile Gautier «Nada es más bello que lo que no sirve para nada; todo lo útil es feo, porque es expresión de alguna necesidad y las del hombre son innobles y desagradables como su pobre y enfermiza naturaleza. El lugar más útil de una casa son las letrinas… Yo soy de aquellos para quienes lo superfluo es necesario, y me gustan más las cosas y la gente en razón inversa de los servicios que me prestan».
Siguiendo esta línea argumental, es inevitable recordar también a Nuccio Ordine, profesor de literatura italiano fallecido hace ahora exactamente un año, en junio de 2023. Ordine escribió sobre la utilidad de lo inútil. Tantas cosas aparentemente inútiles, como el arte o la risa, son, sin embargo, precisamente las cosas que nos hacen humanos. Para Ordine, útil es todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores. Y las montañas nos hacen ser mejores. Que se lo digan sino a tantos senderistas, alpinistas, esquiadores y escaladores que encontraron en las montañas su mejor versión, no solo técnica o deportiva, sino humana.
Cuando a George Mallory le hicieron otra de esas preguntas simplonas, la contestación, en apariencia simple, dio la vuelta al mundo y todavía hoy, exactamente, un siglo después de que muriera en la cara norte del Everest, es tan seductora e icónica como la mismísima cordillera del Himalaya. A Mallory le preguntaron “¿Por qué escalar el Everest?” Y él contestó, simplemente, “Porque está ahí.” Mallory, como Irvine y como muchos de sus compañeros de expedición, venían de sufrir en algo realmente inútil, universalmente inútil, como es una guerra.
Supervivientes de la Primera Guerra Mundial, Mallory y sus compañeros encarnaron una generación de montañeros románticos, idealistas e ilustrados que encontraron en la montaña inspiración y motivación. La montaña les hizo humanos. Justo lo contrario de la guerra de la que venían. ¿Hicieron cumbre en el Everest? No se sabe, quizá nunca lo sabremos… ¿Pero acaso importa? Comparemos por un momento el espíritu de aquella aventura con las historias de centenares de personas que suben cada año al Everest en nuestros días. Personas que pagan fortunas por poder presumir de haber llegado al techo del mundo, que hacen largas colas sin compartir apenas nada con los demás, sin socorrer ni ser socorridos en caso de accidente. Aquí sí que parece pertinente la pregunta ¿Para qué escalar el Everest?…
Masificación, atascos, basura, peajes… cada año, la primavera boreal trae consigo centenares de personas que se aglomeran al pie del Everest, en los días más favorables para hacer cima. El ejército de Nepal nos informa de unos datos desoladores: el Everest alberga alrededor de 140 toneladas de residuos, 40 toneladas de excrementos humanos y más de 300 cuerpos congelados. Cada año se suben más de 80 toneladas de residuos y basura. La mayoría se queda allí. La descomposición lenta de materiales no biodegradables, como plásticos y metales, contribuye a la contaminación del suelo y del agua, comprometiendo la salud de la flora y la fauna y la salubridad de todo el entorno.
A este impacto local se suma el brutal impacto global del cambio climático. Los glaciares retroceden medio metro cada año. Las aguas que se funden en los Himalayas alimentan a cuatro grandes ríos, el Ganges, el Brahmaputra, el Indo y el río Amarillo. Cuando se traduce a personas, los glaciares del Himalaya impresionan aún más: dan de beber a un cuarto de la población mundial, a unos 2.000 millones de personas. Pero no podrán hacerlo durante mucho tiempo más. Sobre todo, si no cambiamos rápida y profundamente nuestro modo de vida, empezando por nuestra adicción a la energía, esa adicción que causa el calentamiento y el gran deshielo mundial.
La fusión global de los hielos está cambiando el mismísimo eje de inclinación de la Tierra y la velocidad a la que gira nuestro planeta. Los días son algo más largos al perderse el hielo de latitudes altas. Mientras todo esto ocurre, el ser humano sigue huyendo de las consecuencias de sus propias acciones, dejando atrás montañas y naturaleza, sin atreverse a parar y pensar.
¿Llegará un momento en que logemos que realmente las montañas “no sirvan para nada”? ¿O será quizá la propia montaña herida la que nos enseñe en qué consiste eso de ser humanos?
Que esta querida sierra de Guadarrama, tan bien defendida por tantos y tantas, nos aliente en estas reflexiones ineludibles. Que esta nueva edición del Arrulaque sume y multiplique anhelos honestos de aquellos que vislumbramos el incalculable valor de las montañas. Muchas gracias.
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